martes, 8 de marzo de 2011

LA CUARESMA Y LAS PENITENCIAS QUE NOS DA LA VIDA




1. La Penitencia Cuaresmal.


Con mucha sabiduría, en nuestra iglesia se propone un tiempo penitencial especial: La Cuaresma.


Digo "con sabiduría", porque si no lo propusiera, tal vez nunca haríamos penitencia, porque esta no brota espontáneamente, por ser algo ante lo cual "el hermano burro", como lo llamaba san Francisco a nuestro cuerpo, se encabrita. Nadie ama el dolor, ni lo busca gustosamente, a menos que sea "enfermo del chape", por no decir masoquista.


Pero como ya vimos que la penitencia es necesaria, la Iglesia nos propone un tiempo especial y determinado para hacer penitencia.
Basada en el ejemplo de Jesús penitente, que ayunó cuarenta días en el desierto, (es decir un tiempo apreciable), la Iglesia nos invita a "celebrar" la Cuaresma. Y nótese que digo "celebrar", de acuerdo a las mismas palabras de Jesús en Mateo 6. No con cara larga.

Sólo nos pide hacer dos días de ayuno: El Miércoles de Ceniza, al inicio del tiempo cuaresmal, y el día Viernes Santo. Las demás penitencias las deja prácticamente a nuestra desición personal.

Son cuarenta días que nos preparan a la Celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

Jesús, en Mateo 6, nos habla de "oración, ayuno y limosna", palabras que en cierto modo resumen las clases de penitencia que voluntariamente podemos ofrecer.

Y aquí expreso mis buenos deseos: Que no dejemos pasar ese tiempo de gracia y de misericordia que nos concede cada año el Señor.

Y que aprovechemos cada Cuaresma que nos regala el Señor, como si fuera la última de nuestra vida, la última oportunidad de hacer penitencia por nuestros pecados.

Es un tiempo que nos prepara a otra Celebración más importante en la cual el Señor renueva en nosotros su salvación. Me refiero a la celebración gozosa de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.

Si queremos que nuestra renovación y crecimiento espiritual en Semana Santa sea muy grande cada año, aprovechemos bien la Cuaresma penitencial.

Esto no quita que en otros tiempos, o en circunstancias especiales, nos dispongamos a ofrecer al Señor alguna penitencia para pedir perdón por nuestras faltas o para pedirle alguna gracia o favor especial.
La penitencia no es algo puramente cuaresmal.

2. Las Penitencias que nos trae la Vida.

- ¿Sabe, padre?, me comentaba una hermana en la fe, yo celebro dos Cuaresmas.- ¿Cuál es la segunda Cueresma?, le pregunté.

- La otra Cuaresma es el invierno. No sabe cuánto sufro por mis huesos con los fríos, y porque además tengo pésima circulación. No me caliento nunca. Y todo eso se lo ofrezco al Señor sin quejarme, como una segunda y obligada Cuaresma.

A veces los pastores del rebaño del Señor recibimos lecciones tan hermosas y profundas como estas. Y por eso, al concluir este tema, (que daría para mucho más, por supuesto), quiero referirme a las penitencias que nos llegan sin buscarlas. Las que da la vida misma, que son parte de ella.

Somos muy buenos para quejarnos. Porqué hace frío o porque hace calor, porque llueve (un frente de "mal tiempo", decimos), o porque no llueve; porque sí y porqué no; me duele aquí y que me duele allá.
- "Algo malo se avecina", me dijo una buena señora. - ¿Porqué?, le pregunté. - Porque hace varios días que no me duele nada, así es que se tiene que estar preparando algo peor... Le decían "Doña Dolores".

Nos quejamos como si el mundo se fuera a acabar y como si fuera terrible el que haya más de 25 grados de calor.

Recordemos que desde que Cristo sufrió y murió en la Cruz, todo dolor y sufrimiento tiene valor de redención, sí los unimos a los del Señor.
Entonces, ¿por qué no mirar los sufrimientos que nos da la vida con sentido penitencial?

Personalmente me siento apoyado y fortalecido en mi vida y en mi trabajo pastoral, porque cuento con amigos y amigas que ofrecen sus sufrimientos por mí. Pienso que si me he mantenido fiel al Señor ha sido con la ayuda de esas personas que me consiguen fortaleza espiritual. Y me consta que son sufrimientos de por vida los que sobrellevan; no son minucias precisamente. Pero, al mismo tiempo, son personas que irradian alegría, paz, serenidad.

Así es. Hay cosas que cuando llegan no se pueden evitar. ¡Hay tanto sufrimiento humano en cierto modo desperdiciado, al no saberlos llevar ni ofrecer a Dios!

Evidentemente, hay dolores ante los cuales no nos queda más que llorar y gemir. Y al contrario, se produce un desahogo y alivio, pues recibimos consuelo o atención de los que nos rodean. Pero eso no impide que los ofrezcamos a Dios con todo el sentido penitencial que ya hemos explicado. Hay otros pequeños y grandes sufrimientos o molestias que podríamos perfectamente llevarlos sin quejarnos, sin "pregonarlos en las plazas", como dice Jesús en Mateo 6, ofreciéndolos en silencio al Padre Dios. Y él que ve en lo secreto, los tomará en cuenta.

La vida trae consigo muchos problemas: Nuestras difíciles realciones con los demás; amores y matrimonios deshechos; problemas económicos, sociales o políticos extremos; el cumplimiento de algunos deberes; enfermedades pasajeras, crónicas o incurables; limitaciones, debilidades; los achaques propios de los años; incomprensiones; nuestro orgullo "pasado a llevar", etc...

Es cierto que es prácticamente nuestro deber y anhelo buscarles solución a los problemas y sufrimientos de la vida.
Pero mientras tanto buscamos y encontramos el remedio sanador, tenemos la oportunidad de ofrendarlos al Padre Dios.

Muchas de estas situaciones de dolor descritas pueden tardar bastante en solucionarse o simplemente no tienen remedio.

¿Por qué no darle a todo esto un sentido y valor redentor, uniéndolos a los de Cristo Jesús?

¿Por qué no ofrecerlos por nuestra salvación y la de los demás?

En ellos contamos con otra fuente de energía espiritual para "completar en nosotros los sufrimientos de Cristo".

Al concluir:

Dios no necesita nuestras penitencias. Es una necesidad nuestra. No por puritanismo, o como si por nuestros propios esfuerzos pudiéramos acercarnos a Dios.

Es reconocernos débiles y rebeldes y forzar nuestra frágil voluntad, para que responda mejor al amor divino.

Es ponernos con espíritu más dispuesto en manos del Padre bondadoso. Es dejar que El trabaje en nosotros sin trabas y vaya formando en nosotros su imagen y nos lleve así a la plenitud humana.

Al concluir, pediría a ustedes darse un trabajo de reflexión para aclararse personalmente el tema.
¿Qué responderían ustedes si le preguntaran ahora:

- ¿Por qué el sufrimiento y la penitencia tienen valor de redención?

- ¿Por qué la Penitencia es una virtud o don de Dios?

- ¿Qué dirían ustedes ahora a una persona que tiene sufrimientos, que pasa por duras pruebas?
Si esta reflexión les ayuda a darle un valor más grande a su vida, ya valiosa a los ojos del Padre Dios, incluyendo los momentos o aspectos más dolorosos que trae consigo, me alegraría sobremanera.

¡Alabado sea Dios, siempre y en todo momento y lugar!
P. Ignacio Serrano M.
Presbítero
Parroquia San Gregorio
Marzo 2011




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